La siguiente reflexión ha
sido extraída del libro “Conversaciones sobre el protestantismo
actual”
de un excelente católico y prelado Monseñor Segur y que data del siglo XIX. En
ésta se presenta unos hechos históricos que todo católico tiene el deber de
conocer, y más aún en la época actual, donde es notorio que se está descalificando,
condenando o sacrificando la verdad en pro a un falso ecumenismo:
LA
TOLERANCIA DE LOS PROTESTANTES.
Entre las preocupaciones vulgarizadas en el mundo, hay
una bastante común, no solamente entre los protestantes, sino también entre
algunos que son católicos á medias. "Si la reforma ha causado males,
suelen decir algunos: si ella ha hecho correr mucha sangre, si ha desmoralizado
países enteros; á lo menos ella ha importado en el mundo un bien inapreciable,
que es la tolerancia religiosa" Nada más falso, nada menos fundado que
esta preocupación histórica. Donde quiera que domina el protestantismo, él es
intolerante y perseguidor.
Sin duda no lo es en todas partes en el mismo grado;
pero ¿por qué es eso? Porque no en todas partes tiene el mismo poder. Por
fortuna el protestantismo no puede siempre lo que quiere. Para perseguir no
basta querer, es necesario poder; pero hágasele siempre esta justicia de decir
que en cuanto á intolerancia, él hace lo que puede. Donde quiera que se ha
introducido la llamada Reforma, lo ha hecho violentamente; y sus primeros
frutos en Alemania, en Ginebra, en Inglaterra y en Suecia, han sido
invariablemente la guerra civil, las proscripciones y las muertes. Eso se
comprende, por ser cosa muy sencilla. El protestantismo es una revolución; y
toda revolución es tiránica y revolucionaria por naturaleza.
Una vez establecido el protestantismo, él se ha
conservado á merced de las mismas violencias. Todos saben lo que es el
protestantismo inglés respecto á los católicos, las leyes sangrientas que
contra estos dio y ejecutó, y el despotismo feroz con que aun oprime todavía á
la fiel y desventurada Irlanda. Un historiador inglés protestante, Guillermo
Cobbet, se vio obligado por su conciencia, á dar contra la Iglesia herética
nacional, este terrible testimonio: "Esa Iglesia, dice el historiador
citado, la más intolerante que ha existido, se dejó ver en el mundo aunada de
cuchillos, hachas é instrumentos de suplicio. Sus primeros pasos quedaron
marcados con la sangre de sus innumerables víctimas, mientras que sus brazos no
podían ya con el peso de los bienes que había arrebatado." Este autor cita
las actas oficiales del Parlamento, para comprobar que en consecuencia de las
hogueras encendidas y de los cadalsos levantados contra los católicos, la
población de Inglaterra fué diezmada en menos de seis años. PENA DE MUERTE era
pronunciar da, y desapiadadamente ejecutada, contra todo sacerdote católico que
entraba en el reino, ó á quien se convencía de haber celebrado misa. PENA DE
MUERTE contra cualquiera que se atrevía á dar asilo á un sacerdote. PENA DE
MUERTE contra cualquiera que rehusaba reconocer que la reina Isabel era la
cabeza de la Iglesia de Jesucristo. Una fuerte multa estaba decretada contra
todo ciudadano que no asistía á los oficios protestantes. "La lista de
personas condenadas á muerte y ejecutadas por el único crimen de ser católicas,
(son palabras textuales del historiador protestante), formaría una lista diez
veces más larga que la de nuestro ejército y la de nuestra marina reunidas. La
Iglesia protestante de Inglaterra, llamada anglicana, no ha cambiado de
carácter desde el día de su establecimiento hasta nuestros días. En Irlanda sus
atrocidades han superado á las de Mahoma; y sería necesario escribir un tomo,
para referir sus actos de intolerancia," (1)
De la misma manera intentó el Calvinismo introducirse en
Francia, Durante más de un siglo la historia de aquella nación no habla sino de
rebeliones, sediciones y saqueos cometidos por los hugonotes, donde quiera que
penetraba su doctrina. Todo aquel período no es más que un tejido de
desórdenes, perfidias y crueldades; pero no hay que extrañarlo una vez que
Calvino predicaba en alta voz, que era preciso derribar á los reyes y á los
príncipes que no querían abrazar el protestantismo, escupiéndoles á la cara más
bien que obedecerlos Bajo las órdenes de Coligny, los calvinistas
revolucionarios formaron el proyecto de arrebatar de su palacio al rey de
Francia, que á la sazón era un niño; mas como dieran el golpe en falso, se apoderaron
de Orleans y devastaron las márgenes del Loira, la Normandia, la Isla de Francia
y particularmente el Languedoc, donde cometieron las crueldades y profanaciones
más odiosas. En Montauban, en Castres, en Beziers, en Nimes y en Montpelier,
esos grandes predicadores de la tolerancia y de la libertad de conciencia,
prohibieron bajo las penas más rigurosas, todo ejercicio del culto católico.
Todo el mundo conoce á aquel famoso barón des Adrets, jefe calvinista, que
habiendo tomado á Montbrison, se dio á sí mismo el inocente placer de hacer
saltar desde lo alto de una torre, lo que quedaba de la guarnición hecha
prisionera, Pues, poco más ó menos, tal fue el tratamiento que los protestantes
hicieron sufrir á todas las ciudades que cayeron en su poder. Profanación de
Iglesias, robo de vasos sagrados, muerte ó lanzamiento de sacerdotes y
religiosos, atrocidades las más bárbaras, unidas á los más abominables
sacrilegios, he aquí la conducta de los tolerantes herejes. Estos son hechos
históricos que nadie niega, ni aun los protestantes; los cuales sin embargo
dejan escapar algunas veces expresiones imprudentes, manifestando deseo de que
vuelvan aquellos tiempos dichosos del protestantismo francés. No se podrían
leer sin horror las atrocidades cometidas por los holandeses, para entender el
protestantismo en los Países Bajos; y particularmente los tormentos y suplicios
á que recubrió el celo religioso de los enviados del príncipe de Orange,
llamados Lamark y Sonoi. Este último era maestro consumado en el arte de atormentar
los cuerpos, para perder las almas. He aquí la descripción que nos ha dejado
una pluma protestante y holandesa, de los medios empleados por aquel tigre,
para martirizar á los católicos, fieles á su religión. "Los procedimientos
ordinarios de la tortura más cruel, escribe Kerroux, no fueron sino los
tormentos menores que se hicieron sufrir á aquellos inocentes. Sus miembros
dislocados, sus cuerpos hechos pedazos á azotes, eran de seguida envueltos en
sábanas empapadas en aguardiente, á las cuales se daba fuego: y en ese estado
se dejaban hasta que ennegrecida y crispada la carne, quedasen desnudos los
nervios en todas las partes del cuerpo. Frecuentemente se empleaba hasta media
libra de azufre, para quemar los sobacos y las plantas de los pies. Así martirizados
se les dejaba muchas noches seguidas, tendidos en el suelo sin cubierta; y á
fuerza de golpes, se alejaba de ellos el sueño. Por todo alimento se les daban
arenques y otros alimentos de esa especie, propios para encender en sus
entrañas una sed voraz, sin suministrarles ni un solo vaso de agua, por más que
sufriesen en este suplicio. Se les aplicaban abejones sobre los ombligos. No
era raro que se enviase al servicio de aquel espantoso tribunal cierto número
de ratones, que se ponían sobre el pecho y el vientre de aquellos desgraciados,
bajo un instrumento de piedra ó de madera labrado para este uso y cubierto de
combustibles. A estos se les daba fuego de seguida, forzando de este modo á los
animalejos, para que devorasen las carnes de la víctima, abriéndose paso hasta
su corazón y sus entrañas. Después se cauterizaba aquellas llagas con carbones
encendidos, ó bien se derramaba grasa derretida sobre los miembros
ensangrentados. Otros horrores, aun mas chocantes, fueron inventados y puestos
en ejecución con una sangre fría, de la cual apenas se podría hallar ejemplos
entre los caníbales, pero la decencia nos impide continuar." (2)
Lo que la
tolerancia protestante hizo en Inglaterra, y lo que ha querido hacer en Francia
y en Holanda, lo hace todavía en Suecia. Allá también se estableció la Reforma
con violencia y sangre; y las leyes religiosas conservan aun en aquel país toda
la barbarie que puede sufrir nuestro siglo. En este mismo año en que escribo,
acaban de ser condenadas seis familias al destierro y al despojo de todos sus
bienes, únicamente por haber abrazado la fé católica. En Noruega, en Dinamarca,
en Prusia, en Ginebra y donde quiera que domina el protestantismo, él se
muestra enemigo encarnizado y ciego destructor de los católicos. Como allá está
á sus anchas, no se cuida de ocultar lo que es, con precauciones hipócritas;
las cuales son las que le dan en Francia una apariencia de moderación. Allá
dice él altamente lo que quiere y lo que espera. En el Sínodo protestante de
Bremen, el señor Sander, pastor herético de Elbelfed, exclamaba hablando del
Papa y de los religiosos de la Compañía de Jesús: "Las autoridades
protestantes no deben tolerar que existan. Menos aún deben soportar que sean
libres." En Ginebra los protestantes, envidiosos de los progresos del
Catolicismo, han formado de común acuerdo una asociación, en la cual contraen
el compromiso de no comprar nada á los católicos, y de no emplearlos en ningún
trabajo para reducirlos así á la miseria; y además de obrar de suerte que solos
los protestantes obtengan los cargos y empleos. ¡¡Todo esto se hace por hombres
que reclaman con indignación la libertad de cultos en los países en que forman
una imperceptible minoría: por hombres á quienes no se caen de la boca las
palabras de libertad de conciencia, de caridad cristiana, de religión, de paz y
de amor: por hombres, en fin, que ya no creen en Jesucristo; y entre los cuales
hay libertad para ser incrédulo, panteísta ó ateo, pero no para ser católico!!!
LA INTOLERANCIA CATÓLICA.
Ya hemos visto lo que es la pretendida tolerancia de los
protestantes. Véamos ahora qué vale esa acusación trivial de intolerancia, que
ciertas personas dirigen contra la Iglesia católica. Esta acusación entraña una
verdad y una mentira. La Iglesia es intolerante en materia de doctrina, Esto es
cierto; y no solamente lo confesamos, sino que nos gloriamos de ello. La verdad
es intolerante por naturaleza. En religión, como en matemáticas, lo que es
verdad, es verdad; lo que es falso, es falso. Es imposible que haya concesiones
mutuas entre la verdad y el error. En esto no cabe compromiso ni transacción.
Por poco que se cedióse de la verdad, esta sería inmediatamente destruida. Dos
y dos son cuatro: esto es lo que se llama una verdad. El que diga otra cosa
miente, sea por exceso ó por defecto. El error siempre es error, aunque uno no
se engañase sino en una milésima ó millonésima parte. Siempre se estará fuera
de la verdad, cuando teniendo dos y dos, se diga que no son cuatro. La Iglesia
es depositaría y maestra en el mundo, de verdades tan ciertas como las verdades
matemáticas; con la única diferencia de que las consecuencias de las verdades
católicas, son infinitamente más importantes que las de las verdades
matemáticas. La Iglesia propone y defiende sus verdades con tanta intolerancia,
como la ciencia de las matemáticas enseña las suyas. ¿Qué cosa más legítima? La
Iglesia católica es la única entre las diferentes sectas llamadas cristianas,
que proclama estar en posesión de la verdad absoluta, como lo está en efecto, añadiendo
que fuera de ella no hay verdadero cristianismo; y así ella sola puede ser,
ella sola debe ser intolerante en materia de doctrina. Únicamente ella puede y
debe decir como ha dicho hace 18 siglos en sus Concilios: “ si alguno piensa ó
ensena, en contradicción de mi doctrina, que es la verdad, sea anatema."
Pero Nuestro Señor Jesucristo que ha confiado á la Iglesia el depósito de la
verdad, le ha dejado también su espíritu de caridad y paciencia. Intolerante en
materia de doctrina, ella no transige con el error, pero es misericordiosa para
con las personas que le cometen; y nunca ha empleado los medios legítimos de
rigor, sino después de haber intentado todos los recursos de la dulzura y de la
persuasión. Ella no ha herido jamás, sino en la última extremidad; y nunca ha
castigado, sino á los incorregibles. Entonces ha debido hacerlo para preservar
del contagio á las almas fieles, para poner fin á los escándalos y para llenar
el gran deber de la justicia, el cual no es menos divino que el de la misericordia.
En su paciencia como en su rigor, en su tolerancia hacia las personas como en
su intolerancia hacia los errores, la Iglesia imita fielmente á su esposo y á
su Dios, á Nuestro Señor Jesucristo, que es la verdad misma, que es la
misericordia, pero también es la justicia. Las mentiras de los historiadores
anti-católicos sobre las pretendidas barbaries de la Iglesia en la edad media,
cada día caen en mayor descrédito, gracias á los trabajos concienzudos de una
nueva generación de historiadores, mas imparciales que sus predecesores.
"Para poder vivir, el protestantismo tuvo que forjar una historia á su
modo," decía el célebre historiador Thierrv, poco sospechoso, como es
sabido, de favorecer á la Iglesia. Aun los mismos protestantes, deponiendo el
espíritu de partido, vienen algunas veces á declarar contra aquellas viejas
calumnias, contra aquellas culpables exageraciones y contra abuelas
insinuaciones pérfidas, de que están llenos los libros de historia. "Hace
tres siglos, ha dicho el conde de Maistre, que la historia ha sido una
conspiración permanente contra la verdad.
(1)
Carta de Sir William Cobbet á Lord Tenderden, jefe de la justicia inglesa, que
había alabado la tolerancia del protestantismo inglés en pleno Parlamento.
(2) Compendio de la historia de Holanda por Mr. Kerroux, tomo II. pág. 313.
SEGUR,
L.G. (1869). Conversaciones sobre el
protestantismos actual. Pág. 177-187. Palma,
México: Imprenta de J. M. Lai