“Adversus hostem aeterna
auctoritas”
"A los enemigos, guerra sin cuartel”.
En nombre de la libertad el mundo
occidental está a punto de colapsar. Pero
una, que es mal concebida, porque al dilucidar la razón que es guía y luz para
ejecutar nuestros actos, como una cuestión aislada a nuestra voluntad, se está
corrompiendo la facultad racional de elegir como acto natural de todo ser
humano. Y se está sustituyendo con una simulada libertad que no tiene nada que
ver con su verdadera esencia. Esto quiere decir, que al darle vía libre a las
pasiones humanas sin el recto juicio de la razón, se cae evidentemente en
situaciones caóticas que trasiega el sano desarrollo de toda persona en su
plano tanto individual como social.
La iglesia milenaria como
protectora de aquella razón natural que es sencillamente extensión de la sabiduría
eterna cuyo ordenamiento está regido por la ley divina, súbitamente se convierte en enemiga de
hombres infectos cuyo veneno ha irrumpido en esta sociedad, y ya envilecida niega a Dios para poder complacerse con sus propios caprichos. Como lo diría Nicolás
Gómez Dávila “Dios es el estorbo del
hombre moderno”(1). Por consiguiente palpamos el resultado de aquellas ideologías
que han trastornado desde hace siglos atrás la humanidad quedando perplejos del
curso que está alcanzando en el tiempo vigente.
Por lo tanto, son diversas las
armas en que se han valido aquellos sublevados para dinamitar aquella
institución religiosa y a aquellos hombres que la conforman y uno de estos
instrumentos que ha tenido gran éxito en
su aplicación, que es una más de sus doctrinas, se llama el pacifismo, como alegoría
de la “paz”, procura desarmarnos no solo de manera material, sino de
pensamiento, de lenguaje y libre expresión con el riesgo de ser rotulados como
hostiles al buen espíritu de convivencia y de “paz” si no nos ceñimos a sus
principios, que entre otros, y muy célebre por estos tiempos es la "Tolerancia", siendo aquéllos totalmente contrarios al espíritu de Dios. Para el cristiano que no puede ser ninguno
más que el católico se les debe advertir que esta ideología es de origen protestante
(como todas las herejías destructivas que han surgido de ésta secta) forjada
por un teólogo estadounidense del siglo XVIII llamado David Low Dodge (2) y quien
fue el primero en fundar instituciones de “paz” a principios del S. XIX en
Inglaterra y Estados Unidos, con el fin
de impulsar esta filosofía que tiene también raíces hindú y chinas; y que
finalmente se articularon en organismos
como la masonería, la ONU y todas sus vertientes para sus fines que son
netamente diabólicos.
Ahora bien, quien lleve el nombre
de cristiano, adherente a él tiene una responsabilidad sin lugar a duda frente
a todos los acontecimientos que se ha derivado de estas corrientes catastrófica,
la manera de llevarla, en varios casos, no es la más conveniente, empero, ha
sido la misma influencia ideológicas que de mayor o menor grado han calado en
el interior del hombre católico y en la misma institución religiosa,
perturbando el justo y favorable empeño del cristiano en la defensa de la
verdadera libertad del hombre que es precisamente “la facultad de elegir todo lo que nos
conviene para llegar al fin último que es el sumo bien”, es decir, Dios. Siendo
así, en primera fila, se presentaran los católicos que no tienen ni idea de lo
que está pasando en la sociedad, pues viven sumergidos en su propio mundo, y
esto son las mayoría. Están los otros, que comprenden el peligro, pero
prefieren ver todo sobre el balcón para no ensuciarse el vestido. Pero eso sí gritan ¡Intransigencia!
¡Intransigencia! como diría el Padre Sardá cuando un católico militante incrimina
verbalmente o por acción, a los
demoledores de la religión y sociedad, y éstos son los que creen que la oración
por los enemigos, es el único recurso que se debe tomar en tiempos de guerra,
negando irónicamente o ignorantemente el justo uso de la espada, que siempre ha
sido bendecida por Dios y sus Santos hombres. Luego quedan los católicos militantes que son
avivados y combatientes, pero algunos, a veces, se quedan exhibiendo sus
mejillas sin decidirse a más. A estos últimos y a todos hay que recordarles el
derecho Divino de no callar, de juzgar con juicio recto, de señalar al enemigo,
de desvainar las espadas como nos lo recordó, un católico y religioso valiente,
y que ya nombré anteriormente, que se enfrentó con brío a estas mismas
ideologías que hoy ya nos asfixia en su totalidad y es el gran Padre Felix
Sardá. En su libro “el liberalismo es pecado" (3) nos presenta el texto que traigo
a continuación, y que busca despertar a los católicos sumidos en ese pacifismo que
no puede ser sino diabólico, porque valga recordar y ya sea dicho que nunca
existirá un “pacifismo cristiano”:
<<No hay falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a los
autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al conjunto de todos sus
actos, palabras y escritos, iniquidad, maldad, perversidad. El lobo fue llamado
siempre lobo a secas, y nunca se creyó hacer mala obra al rebaño ni a su dueño
con llamarle y apostrofarle así.
Si la propaganda del bien y la necesidad de atacar el mal exigen
el empleo de frases duras contra los errores y sus reconocidos corifeos, éstas
pueden emplearse sin faltar a la caridad. Al mal debe hacérsele aborrecible y
odioso; y no puede hacérsele tal, sino denostándolo como malo y perverso y
despreciable. La oratorio cristiana de todos los siglos autoriza el empleo de
las figuras retóricas más vivas contra la impiedad. En los escritos de los
grandes atletas del Cristianismo es continuo el uso de la ironía, de la
imprecación, de la execración, de los epítetos depresivos. La ley de todo esto
deben ser únicamente la oportunidad y la verdad. Hay otra razón además.
La propaganda y apologética popular (y siempre es popular la religiosa) no
puede guardar las formas enguantadas y sobrias de la academia y de la escuela.
No se convence al pueblo sino hablándole al corazón y a la imaginación, y éstos
sólo se emocionan con la literatura calurosa y encendida y apasionada. No es
malo el apasionamiento producido por la santa pasión de la verdad.
El Bautista empezó por llamar a los fariseos "raza de víboras". Cristo
Dios no se abstuvo de apostrofarlos con los epítetos de "hipócritas, sepulcros blanqueados, generación malvada y
adúltera", sin que creyese por ello manchar la santidad de su
mansísima predicación. San Pablo decía de los cismáticos de Creta, "qua eran mentirosos, malos bestias,
barrigones, perezosos". Al seductor Elimas Mago llámale el mismo
Apóstol “hombre lleno de todo fraude y
embuste hijo del diablo, enemigo de toda verdad y justicia". Si
abrimos las colecciones de los Padres, no topamos más que con rasgos de esta
naturaleza, que no dudaron emular a cada paso en su eterna polémica con los
herejes. Citaremos tan sólo uno que otro de los principales. San Jerónimo,
disputando con el hereje Vigilancio, le echó en cara su antigua profesión de
tabernero, y le dice: "Otras cosas
aprendiste (y no teología) desde tu temprana edad; a otros estudios te has
dedicado. No es por cierto cosa que pueda ejecutar bien un mismo hombre,
averiguar el valor de las monedas y el de los textos de la Escritura; catar los
vinos y tener inteligencia de los Profetas y de los Apóstoles". Y se
ve que el Santo controversista les tenía afición a esos modos de desautorizar
al adversario, pues en otra ocasión, atacando al mismo Vigilancio, que negaba
la excelencia de la virginidad y del ayuno, pregúntale con festiva donaire "si lo predicaba así para no perder el
consumo de su taberna." (...)
Qué diremos de San Juan Crisóstomo en su famosa invectiva contra
Eutropio, que en personal y agresiva no tiene comparación con las tan agrias de
Cicerón contra Catilina o contra Verres? El melifluo Bernardo no era
ciertamente de miel al tratar con los enemigos de su fe. A Arnaldo de Brescia
(gran agitador liberal de su siglo) le llama con todas las letras "seductor, vaso de injurias,
escorpión, lobo cruel." El buen Santo Tomás de Aquino olvida la calma
de sus fríos silogismos para dirigirse en vehemente apóstrofe contra su
adversario Guillermo de Saint-Amour y sus discípulos, Y llamarlo a boca llena "enemigos de Dios, ministros del
diablo, miembros del Anticristo, ignorantes, perversos, réprobos."
Nunca dijo tanto el insigne Luis Veuillot. El dulcísimo San Buenaventura
increpa a Geraldo con los epítetos de "imprudente'
calumniador, espíritu maléfico, impío, impúdico, ignorante, embustero,
malhechor, pérfido e insensato."
Al llegar a la época moderna se nos presenta el tipo encantador
de San Francisco de Sales, que por su exquisita delicadeza y mansedumbre
mereció ser llamado viva imagen del Salvador. ¿Creéis que les guardó
consideración alguna a los herejes de su tiempo y país? ¡Ca! Les perdonó sus
injurias, les colmó de beneficios, procuró hasta salvar la vida a quien había
atentado contra la suya. Llegó a decir a su rival: "Si me
arrancaseis un ojo, no dejaría con el otro de miraros como hermanos". Pues
bien; con los enemigos de su fe no guardaba clase alguna de temperamento o
consideración. Preguntado por un católico si podía decir mal de un hereje que
esparcía sus venenosas doctrinas, le contestó: "Si, podéis. Con tal que no digáis de él cosa contraria a la
verdad, y sólo por el conocimiento que tengáis de su mal modo de vivir;
hablando de lo dudoso como dudoso, y según el grado mayor o menor de duda que
sobre eso tengáis." Más claro lo dejó dicho en su Filotea, libro tan
precioso como popular. Dice así: "Los
enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser vituperados lo más que se
pueda. La caridad obliga a cada cual a gritar: "¡Al lobo!" cuando
éste se ha metido en el rebaño, y aun en cualquier lugar en que se le encuentre."
¿Habrá necesidad de dar a nuestros enemigos un curso práctico de retórica y de
crítica literaria? He aquí lo que hay sobre la tan decantada cuestión de las
formas agresivas de los escritores ultramontanos, vulgo católicos verdaderos.
(...) dice un gran historiador católico a los enemigos del
Catolicismo: "Vosotros os hacéis
infames con nuestras acciones; pues bien, yo os acabaré de cubrir de infamia
con mis escritos." Y por igual tenor enseñaba a la viril generación
romana de los primeros tiempos de Roma la ley de las Doce tablas: “Adversus hostem aeterna auctoritas”
esto. Que se podría traducir: "A
los enemigos, guerra sin cuartel”>>.
(1) Gómez, N., (2001). Escolios a un Texto Implícito. Bogotá DC, Colombia: Villegas Editores S.A.
(2) EcuRed (S/F) Pacifismo. Recuperado de: https://www.ecured.cu/Pacifismo
(3) Sardá, Y S, F., (1884). El liberalismo es pecado. España: Editorial Pages.
Kp Diana.