lunes, 17 de junio de 2019

EL PADRE CASTELLANI SOBRE CAPITALISMO, COMUNISMO Y LA SOLUCIÓN CRISTIANA


COMENTARIO A LA ENCICLICA CARITAS IN VERITATE



Hemos llegado a este estado absurdo: escasez en medio de la abundancia; pobreza en medio de las riquezas; hambre en medio de la superproducción de alimentos. Escasez artificial… y criminal… La famosa cuestión social.
El problema político y social más importante de nuestros tiempos es la existencia de un proletariado.
Proletario, es el hombre que depende para vivir de un salario ajustado, el cual además le puede faltar en cualquier momento.
Es degradante para el alma humana tener atados sus pensamientos, que le son necesarios para ir más arriba, por la molienda del sustento cotidiano y el temor del porvenir, la vejez, los eventos desdichados y la miseria.
Lo que perturba al proletario actual es, tal vez, más la inseguridad que la falta de dinero en sí misma. La pobreza es una bendición, porque es un Purgatorio; pero la miseria es un Infierno.
Este estado de millones de hombres depende de una situación de la economía que fomenta la reunión de los medios de producción en pocas manos, lo cual se llama Capitalismo.
Tan importante es este problema que la guerra más grande que han visto los siglos ha girado en torno de él… y seguirá girando…
El Capitalismo era un orden inestable que debía desaparecer necesariamente, porque es imposible que el hombre viva en esas terribles condiciones, entre guerras mundiales, guerras civiles, luchas de clases y ensayos de solución como el Fascismo y el Comunismo.
Las ilusorias "libertades" del Liberalismo han sido barridas por la "economía".
En el corazón del Capitalismo está la usura, dijo León XIII; y en el corazón del Comunismo está la venganza y el resentimiento.
Y el universo está hoy amenazado por una guerra inmensa entre los malos ricos y los malos pobres; o sea, los que en su corazón, tanto unos como otros, "sirven a las riquezas", como dijo Jesucristo.
La avaricia y la codicia tienen la culpa de los que hoy mueren de hambre. La codicia y la avaricia se han organizado férreamente en un sistema económico y político en Occidente; y ha sido sustituido por otro sistema peor en Oriente.
Los malos efectos del Capitalismo los conocemos todos, puesto que los sufrimos: desde la ineficacia de los Gobiernos, encadenados por el poder del dinero, hasta las grandes guerras modernas.
Pero las causas de esos males, no todos las ven ni son fáciles de ver. Están estudiadas en las Encíclicas Sociales de los Sumos Pontífices, de las cuales la primera, "Rerum Novarum" de León XIII, sigue siendo la mejor, la más breve y elegante. En un solo párrafo enumera los males del Capitalismo, sin usar esta palabra que usó más tarde Pío XI, pero ahí está todo:
- lo que trajo el Capitalismo, a saber la destrucción de los antiguos Gremios, la laicización de los Estados, el amontonamiento de riquezas en manos de pocos, la ruina de las pequeñas industrias y del comercio para dar paso a los monopolios;
- y después señala el fondo de toda esta férrea organización, que es la usura; no ya la usura superficial de los que llamamos con desprecio usureros; sino la usura de fondo de los que llamamos con respeto "financistas"…
Esta usura de fondo podemos resumirla en tres operaciones principales:
Primero, hacer pasar al Dinero como productor, siendo así que sólo es instrumento del Trabajo.
En efecto, el Dinero es un instrumento, por el que se compran máquinas y materia prima; pero sin el Trabajo no puede producir nada.
Un peral produce peras y una vaca produce terneros; pero la moneda no pare monedas: el trabajo es quien produce.
El Capitalismo invirtió esta relación, hizo al trabajador un instrumento y al Capital el productor, atribuyéndole toda la ganancia, y dándole al obrero solamente lo necesario para que viva; y hoy día, que los obreros se han organizado, lo necesario para que se queden quietos; pero ya no se quedan nunca quietos, porque muchos de ellos son malos pobres…
Segundo, convertir al Trabajo y al Dinero en mercancía, y comerciar, no solamente con el Dinero, sino con el Crédito, que es la sombra del Dinero.
Este proceso tiene una larga historia, mucho más compleja de lo que digo, pero esto es el fondo.
Después que consiguió comprar Trabajo, el Capitalismo empezó a vender Dinero, porque ya el dinero es una cosa viva que engendra dinero. Y, lo que es peor aún, a vender la sombra del dinero, el Crédito: a vender dinero que de hecho no existe.
Aparecieron todas esas engañifas y estafas, que nosotros ni entendemos: estrangulación del mercado, alocamiento del mercado, maniobras con los valores, especulación, etc., a cargo de las Bolsas, los Bancos y los Grandes Prestamistas y Empresarios; acompañadas por los crímenes políticos que se condensan en una sola palabra: Soborno.
Uno se queda abismado por la cantidad de crímenes ocultos que cubre ese brillante telón llamado "los Grandes Negocios".
Tercero, apoderarse, solapadamente o no, de los resortes del poder público a fin de mantener en pie la férrea armadura.
Y así viene necesariamente la guerra: la lucha de clases entre patronos y obreros; la lucha entre sí de los patronos, la competencia entre los grandes monopolios y las grandes Bancas; y después la guerra entre Naciones, o mejor dicho entre Continentes enteros, que ya conocemos.
Verdad que en estas guerras mundiales intervienen otros factores, pues son también "guerras religiosas", ideológicas, heréticas; pero en la base está ese miserable vicio de la avaricia y de la codicia del dinero.
La Solicitud terrena, pasando por el Sistema Capitalista y el Sistema Bancario, nos ha conducido a este estado absurdo de escasez en medio de la abundancia… la famosa Cuestión Social…
La Cuestión Social es difícil, justamente porque es "social" en pleno; no concierne a los patrones y obreros, o empleadores y empleados, solamente, sino a toda la sociedad, incluso al clero.
¿Quién puede arreglar todo esto? Solamente Cristo y su Iglesia pueden arreglarlo… o el Anticristo, pero por medio de una falsa solución…
La Cuestión Social provocada por el Capitalismo tiene una sola solución: la tradicional, la católica. El demonio ofrece dos subterfugios: la socialista, y la estatista
La revolución socialista considera la propiedad privada un mal en sí mismo y propone convertirla toda o casi toda en "Propiedad Pública", es decir, poner los medios de producción (tierra y capital) en manos de políticos que los administren en bien de todos.
La solución tradicional considera un bien la propiedad privada, y un mal su desmenuzamiento infinitesimal (minifundio) y su acaparamiento en manos de una minoría de millonarios y una minoría de monopolios irresponsables y antisociales.
Esta solución propende a romper la rueda infernal de la proletización por el surgimiento de una nación de propietarios. Hubo un largo tiempo en que eso existió y el mundo nunca fue más feliz. De ese tiempo desciende toda nuestra civilización.
Existe una tercera propuesta, que está en curso de actuarse por sí sola o por la fuerza de las cosas, y que consiste en ir proporcionando al proletario su seguridad a costa de su libertad, sin tocar la propiedad privada latifundaria; o sea, en ir aproximándose en forma latente al Estado Servil o esclavista en que estuvo el mundo durante miles de años antes del advenimiento del Cristianismo y bastante años después de advenido.
La actual sociedad se va paganizando, y por lo tanto retornan a ella los crudos conflictos del paganismo en todos los órdenes.
Los paganos resolvieron la cuestión social por medio de la Esclavitud; y la sociedad moderna camina de nuevo a la esclavitud; a una esclavitud larvada llamada por Belloc el "Estado Servil".
El mundo moderno ha oído hasta de sobra las palabras de Cristo, y no las ha puesto por obra; y de ahí vienen las "villas miserias", o "the slums" o "la zone", o "el bajo" de las ciudades modernas; cosa que no conocieron las ciudades antiguas. De ahí vienen muchos otros desastres y ruinas.
El antiguo orden económico cristiano fue destruido; y la economía, insuflada por la avaricia, se volvió loca; y la política perdió un tornillo, si no todos.
El mundo comenzó a debatirse en conflictos universales y. . . apocalípticos. Bien dicho está que "la ruina fue tremenda".
En efecto, dos sistemas económicos, que son también políticos e incluso religiosos (es decir antirreligiosos) , el Capitalismo y el Comunismo, lucharon con todas las armas durante decenios por imponer al mundo su forma; la cual es deforme; porque el uno se basa en el abuso de la propiedad privada, y el otro en su eliminación.
Entre los dos ha surgido un tercero, el "Neocapitalismo yanqui", que es una combinación tramposa de los otros.
Este Neocapitalismo pretende que con la adquisición de "acciones de fábricas" los obreros se vuelven propietarios y su nivel de vida es el más alto del mundo; superándose así a la vez al Capitalismo y al Comunismo.
La respuesta está a mano: los obreros se convierten en propietarios sin voto efectivo, o sea no-propietarios; pues propietario es el que puede dirigir lo suyo, mandar en lo "propio"; y el alto nivel de vida de EE. UU. se obtiene a costa del bajo nivel de vida de otras naciones; Yanquilandia hoy día traspasa su propia inflación a otras naciones sonsas.
Lo que llaman Neocapitalismo es un fenómeno curioso, una mezcla producida por la presión de los otros dos sistemas, cuyo resultado llamaremos (bárbaramente) Servilización Paternalista del Pobre.
Con ella el obrero industrial va reduciéndose al "estado servil" o del esclavo de los tiempos paganos en una forma refinada y oculta: obtiene la seguridad a costa de la libertad.
Es como si el Patrón dijera: "Tendrás la subsistencia toda tu vida; hospital, dentista y cine; pero trabajarás para mí toda tu vida; para mí y no para otro; en esto y no en lo que se te antoje. Mis Parlamentos te van a hacer una maravilla de Leyes Protectoras del Obrero, y mi señora será miembro de la Sociedad de Damas Capitalistas Protectoras del Hijo del Obrero"…
Esa era justamente la condición del esclavo antiguo, el cual por lo general no era maltratado, al contrario, era cuidado como una cosa de valor, como un buey o un caballo.
Es un Estado en el cual los trabajadores (incluso los intelectuales) son asegurados de su subsistencia a trueque de su libertad, o sea, trabajando forzadamente toda su vida en provecho de los amos.
A este estado de cosas, la "condición servil", se encamina el mundo moderno.
En suma, el resultado de la liquidación del Capitalismo debía conducir, necesariamente, una de estas tres cosas: el Comunismo, la Propiedad o la Esclavitud. Quiere decir, en términos históricos, que el mundo no tenía más caminos que volver al Paganismo, volver al Cristianismo o caer en una Sociedad Nueva, actualmente en ensayo, que para un creyente no puede ser otra que la Sociedad del Anticristo.
El estado legal de esclavitud ha comenzado ya en el mundo sin ser advertido, a no ser por las mentes más penetrantes; claro está que no con el nombre de esclavitud, que repugnaría a nuestros atavismos cristianos, pero sí con los nombres simpáticos de Reformas Sociales o Leyes Obreras.
La situación del obrero actual se encamina a ser peor que la del esclavo antiguo; aquél trabajaba toda la vida en provecho de otro a cambio de la seguridad de la subsistencia y la posibilidad de la manumisión. El obrero moderno, en cambio, carece de hecho de estas dos últimas ventajas. La libertad política que se pretende haberle dado modernamente es enteramente ilusoria: no hay verdadera libertad política, ni tampoco dignidad humana sin manera alguna de propiedad.
Estos principios permiten juzgar con seguridad las pretendidas reformas sociales sacadas a luz como grandes novedades por los hombres prácticos especializados en previsión social.
No es muy difícil: si encaminan hacia la redistribución de la propiedad y la multiplicación de los propietarios, son buenas; si no encaminan a eso, no lo son.
Aumentos de salarios, seguros sociales, cajas de jubilaciones, arbitraje obligatorio, salario mínimo, sanatorios obligatorios, dentistas gratis, bolsas de trabajo, etc., de suyo ni siquiera tocan el problema del proletario; y si lo tocan a expensas de su libertad, entonces son dañinas y no benéficas, pues lo orientan a la peor solución de todas, que es el restablecimiento legal y larvado de la antigua esclavitud.
Hay que decir, pues, a los obreros lo que ellos ya sienten instintivamente, a saber: la jubilación es una estafa, los seguros sociales son una patraña, los aumentos de salarios son una paparrucha.
Los verdaderos progresos sociales se verifican en la línea de la libertad de contrato, libertad de asociación gremial y derecho de huelga, junto con una educación moral que capacite a las masas a gozar de la libertad sin abusar de ella.

Solución Cristiana de la Cuestión Social


Si Cristo puede arreglar la Cuestión Social, ¿por qué no la arregla? Cristo la arregló ya viniendo al mundo, predicando su doctrina y muriendo por ella.
Durante los diez siglos de Cristiandad europea no se morían de hambre, no había desocupación, no había miseria, cada uno estaba contento en su lugar, el campesino no envidiaba al Rey, más bien los Reyes Santos envidiaban a los campesinos.
Si había miseria y hambre, era por causas accidentales, por una peste o por una invasión de los bárbaros que quemaban, destruían y rapiñaban, y al fin eran vencidos; pero no había miseria y hambre como ahora, en virtud de las mismas estructuras sociales: ahora hay una peste continua y un incendio continuo.
Y, ¿no lo arreglará de nuevo Cristo? Puede ser, yo no lo sé. Depende de nosotros, depende en gran parte de la conversión de Europa a Cristo.
Renan ha dicho que "Cristo no dio soluciones de la cuestión social, porque todo su interés fue salvar las almas individuales y no reformar la sociedad ni hacer política alguna; pues su idílica moral individual de campesino galileo no percibía los condicionamientos sociales ni los problemas colectivos…" (Vie de Jésus).
Esta opinión es un error. En la doctrina que enseñó Jesucristo por medio de la Parábola de los pájaros y los lirios está la solución de la decantada "cuestión social". El problema social de la lucha de clases por el dinero desaparecería cuando la sociedad pudiese decir a sus miembros las palabras de Jesucristo: "No andéis ansiosos por vuestra vida, qué habréis de comer; o por vuestro cuerpo qué habréis de vestir: la comunidad tiene cuidado de eso. Servid a la Patria libremente como caballeros y la Patria cuidará de vosotros como madre…
Parece que hay aquí un circulo vicioso; pues ni la sociedad ni el individuo pueden dar con seguridad el primer paso. Si el individuo tiene que esperar para despreocuparse que la sociedad sea perfecta…; y la Sociedad no puede serlo si antes no lo son sus miembros…, parece que estamos en plena utopía idílica.
Pero Jesucristo rompió ese círculo, invitó a las más fervientes, espirituales y corajudos a dar el salto, a renunciar a todo osadamente, por puro amor de Dios, para imitarlo a El, sin seguridad previa sino la de la Providencia, a sus riesgos y peligros, "a embarcarse en canoas escoradas", como dice Kierkegaard.
Jesucristo lanzó a la brecha una pequeña falange de héroes; los cuales con su vida de pobres voluntarios: 1) prueban que la cosa es posible, vivir "como las aves del cielo y las flores del campo"; 2) incitan con su ejemplo a los demás al despego y la confianza; 3) viviendo con lo mínimo, regalan el resto a los demás; dejan mayor margen de bienes temporales a la humanidad en general, pues, paradojalmente, nadie da más que el que poco tiene, y el que todo lo deja mucho regala.
A estos dos puntos (el mandato de huir la solicitud, madre del temor, la avaricia y la explotación del trabajo ajeno, y el consejo de la pobreza voluntaria), se añade el "Vœ vobis divitibus", es decir, los tremendos anatemas de Cristo a las riquezas y a las ricos.
Haciendo sospechosas y peligrosas a las riquezas superfluas, Cristo opone a su tremenda atracción natural el contrapeso religioso; facilitando de ese modo su distribución justa, en la medida posible a la dañada naturaleza humana.
Estas tres formidables palancas crearon lentamente en la Cristiandad lo que hoy llaman "Justicia Social", primero en la práctica que en la teoría; y suscitaron fuertes estamentos o instituciones que iban poco a poco acercándose al ideal de la Sociedad que cuida de sus miembros.
Si hoy en día, en que el Estado se va convirtiendo en uno de los primeros explotadores, esto parece puro lirismo, la culpa no la tiene Jesucristo; y las catástrofes que hemos visto, y las que nos amenazan, han dejado intactas y valederas todas sus palabras
La solución tradicional es dificilísima de actuar en el mundo moderno descarriado, por la sencilla razón de que las otras dos están en la línea de menor resistencia y son más fáciles, por lo mismo que son falsas: para enderezar a uno que está en la cuneta, hay que cinchar, para hundirlo del todo basta empujar un poco.
Tal solución es imposible sin una previa o simultánea resurrección de la Fe, con un restablecimiento de la Iglesia; dado que la pérdida de la Fe ha sido lo que posibilitó en Europa el advenimiento del Capitalismo y después su orientación al inminente Estado Servil.
Para el teólogo todas estas cuestiones sociológicas tan complicadas son muy sencillas, él las arregla con un texto: "Nadie puede servir a dos señores. Así pues no podéis servir a Dios y a las Riquezas."
La alternativa que puso Cristo al servicio de Dios fue la esclavitud a las Riquezas. No dijo la lujuria, la ambición, la pereza…; el otro Amo, fatal y necesario, es Plutón…

El Reino de Cristo

 Así, pues, la Cristiandad dejó de servir a Dios y cayó bajo el yugo de la avaricia, de la usura, del dividendo, del Mal Rico del Evangelio.
Algunas naciones hoy día han liquidado simplemente a Dios y han aceptado tranquilamente como amo al Dinero, es decir, la sangre del pobre, la sangre del Pobre de los Pobres, vendida por 30 siclos de plata; y lo terrible es que hasta ahora les ha ido muy bien el negocio…
Otras naciones, en cambio, están todavía fluctuantes entre los dos señores, lo cual no vayan a creer que es mucho mejor que lo otro. Porque tenía razón en cierto modo Monseñor Claudio, cuando repetía antes de morir, hablando de los católicos liberales: "El que le enciende una vela al diablo, le enciende una vela al diablo; pero el que le enciende una vela a Dios y otra al diablo, le enciende tres velas al diablo."
Es curioso que cuando los Estados se volvieron virtualmente ateos y dijeron "La religión es asunto privado", la irreligión se convirtió en asunto público; y cuando los Reyes dijeron a los súbditos que no tenían por qué pensar en la salvación de las almas, ellos tuvieron que empezar a pensar en la salvación de sus cabezas coronadas…
La pálida sonrisa con que Cristo subió a los cielos (patente en aquellas palabras "¿Incluso vosotros no creéis todavía?") se ha ido desvaneciendo al correr de los siglos, al ver que el mundo fracasa cada vez más a medida que sigue sus enseñanzas cada vez menos. Y si nos dejó con una sonrisa triste, no volverá sino con un trueno.
El Capitalismo teórico (de Adam Smith o Bentham) pretendió convertir el mundo en un Edén por medio de la abundancia obtenida por la superproducción. Y no se puede negar que él es el mejor medio para obtener la mayor producción, que no es lo mismo que la mayor felicidad humana colectiva.
El Capitalismo fracasó, pues dos Guerras Mundiales, una guerra internacional latente (guerra fría), y otra caliente que se prepara y aterroriza al mundo, y la guerra civil permanente de "la lucha de clases", le han dado un desmentido como un bofetón.
En los años 1950-1988 el suceso dominante de la vida política del mundo era una la pulseada diplomática entre Rusia y Estados Unidos, con la amenaza de una enorme guerra; el desafío bélico entre Capitalismo y Comunismo, esos dos grandes movimientos mundiales. Pues bien, era el Liberalismo en pugna con su hijo el Comunismo…
El Modernismo los coaliga, los fusiona al fundente religioso…Era previsible, e incluso probable, al menos para el filósofo bien pensante, que el Comunismo no se convertiría, sino que se fusionaría con el Liberalismo y el Modernismo, para formar la trenza del Anticristo.
Walter Rathenau ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania en 1922 y poco después fue asesinado por dos oficiales de la Marina, quienes lo tenían por la más conspicua expresión germana del entendimiento entre el Gran Dinero y el Comunismo. En 1909 Rathenau había escrito: "Trescientos hombres, que se conocen todos entre sí, dirigen los destinos económicos del Continente y se buscan sucesores entre quienes los rodean." Y cuando tenían lugar las conversaciones de paz en Versalles, al fin de la Primera Guerra Mundial, expresó sin rodeos cuál es la naturaleza del "Orden" que pretende instaurar el Gran Dinero: "Se acabaron las naciones, las fronteras, los ejércitos… Se acabaron la herencia, la riqueza, las diferencias de clase… Se acabaron la Patria, el Poder y la Cultura… Las naciones deben transformarse en sociedades anónimas, cuyo objeto esencial será «satisfacer abundantemente las necesidades del Individuo»; sociedades en que la propiedad será totalmente despersonalizada y en que las colectividades humanas obedecerán a una autoridad superior más poderosa que todos los poderes ejecutivos, puesto que dispondrá de la administración económica del mundo".
Este designio no se puede lograr sin la ayuda de una Religión universal espuria. El Apocalipsis (18, 9-24) muestra que una Gran Ciudad, fastuosa y prostituida, dominará el mundo en virtud del poder del Dinero y de una Religión falsificada, digamos sin temor, de un Cristianismo adulterado.
La Gran Babilonia apocalíptica posee los rasgos propios del Capitalismo: el principado de los Mercaderes, que son los que realmente gobiernan hoy día a hurtadillas y con engaños; las hechicerías del lujo, el placer y la comodidad que encandilan a las masas; y al final, que es cuando Dios hiere, el homicidio, la guerra y la persecución, como medio de sostenerse…
La Gran Babilonia irá a su perdición cuando su iniquidad haya subido hasta el trono de Dios; es decir, cuando haya falsificado la Religión en su servicio.
El Dinero es hoy el Dueño del Mundo… Pero cuando el Dinero manda en una sociedad, es signo de que el Diablo se adueñó del Dinero… "Todo esto es mío, y te lo daré, si postrado me adorares."
La revelación de San Juan en su Apocalipsis nos ofrece la consumación del misterio de la Babilonia política. Después que Satanás es arrojado sobre la tierra e inicia allí la gran tribulación, sabiendo que le queda muy poco tiempo, San Juan ve surgir del mar una Bestia que tiene diez cuernos y siete cabezas, parecida a un leopardo, con pies de oso y boca de león: el Anticristo.
Según nos revela San Juan, el misterio del Anticristo es el espíritu de apostasía de los que antes estaban en la fe y niegan la Venida de Cristo en carne, ya en el pasado, ya en el futuro.
Este espíritu de apostasía, poseído por muchos, culminará en la persona del Anticristo. En él se concentrará y consumará el misterio de Babilonia, tanto en su aspecto religioso, como en su aspecto político, pues su reino apóstata será sostenido por un imperio político que abarcará al mundo entero.
Este misterio de una Babilonia alegórica parece ser la culminación del misterio de la iniquidad revelado por San Pablo en II Tess. 2:7, refiriéndose tal vez a alguna potestad instalada allí como capital de la mundanidad y quizá con apariencias de piedad como el Falso Profeta.
En el Apocalipsis hay señalada con toda claridad una gran potencia política y una gran potencia financiera en la persona de la Gran Ramera, que significa la religión adultera­da.
La potencia política está significada por la Bestia bermeja, con sus siete cabezas y diez cuernos, que representan un gran imperio pagano y satáni­co: es la Bestia que surgió del mar.
La potencia financiera está representada no sólo en el oro y las gemas que cubren a la Ramera, sino sobre todo en el llanto que hacen cuando ella es destruida todos los negociantes de la tierra. Es, pues, una ciudad financiera capitalista: el imperio y centro del capitalismo mundial.
La Gran Ramera representa tres cosas concretas que serán, y ya comienzan a ser, una misma, y se implican mutuamente: 1ª) la última herejía, 2ª) la urbe donde esa herejía tendrá su cabeza, 3ª) el imperio que esa urbe gobernará, el fenicianismo.
La fornicación significa la religión idolátrica del Estado, que se convertirá después en la religión sacrílega del Anticristo. Las palabras fornicación, adúltera, prostituta, ramera y semejantes, se hallan alrededor de 100 veces en los antiguos Profetas con el significado de idolatría, y aplicadas solamente a Jerusalén, jamás a Nínive, Babel o Menfis. Israel es la Esposa o la Prometida de Dios…
¿Qué ciudad es ésta, finalmente? No lo sabemos: no calzan sus notas a las actuales urbes. Las notas que San Juan dibuja son: 1ª) una ciudad capitalista con un poder mundial; 2ª) un puerto de mar; 3ª) cabeza o centro de una religión falsificada, idolátrica o política.
La Mujer oprime a la Bestia y no la propicia; pero los diez cuernos (o reyezuelos) la destruyen en un día y ponen toda su potestad al servicio de la Bestia.
Aborrecerán ellos mismos a la Ramera que había sido el objeto de su pasión y cuya caída deplorarán luego. Vemos así cuán admirablemente se vale Dios de sus propios enemigos para realizar sus planes y sacar de tantos males un inmenso bien como será la caída de la Gran Babilonia.
De este modo, esta potencia anticristiana en el orden espiritual perecerá a manos de la otra fuerza anti­cristiana del orden político, la cual a su vez, con todos los reyes coligados con ella será destruida finalmente por Cristo:
"Después de esto vi bajar del cielo a otro Ángel, que tenía gran poder, y la tierra quedó iluminada con su gloria. Clamó con gran voz diciendo: «¡Cayó, cayó la Gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en refugio de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas y aborrecibles. Porque del vino de su furiosa fornicación han bebido todas las naciones; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado.» " (18:1-3)
El Reino es aún futuro; y el "día del Señor", es decir, el Reino de Cristo, no vendrá sin que antes en la tierra se descubra la apostasía y se manifieste el hijo de perdición que, llegando a sentarse en el Lugar Santo, proclamará de sí mismo que es Dios, haciéndose adorar por todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no están escritos en el Libro de la Vida.
Y entonces, sólo entonces, vendrá Jesús como Rey de reyes y Señor de señores, y matará al inicuo con el aliento de su boca.
Esta repentina aparición de Cristo en esa noche de espantosa apostasía y desolación, será como la piedra vista por Daniel, que de pronto se desprende del cielo hiriendo los pies de la estatua, es decir, los diez reyes del Apocalipsis.
La destrucción del Anticristo marcará el triunfo de la Iglesia y el comienzo de la manifestación de los hijos de Dios en el Reino de Jesucristo.

viernes, 14 de junio de 2019

SOBRE LA LEYENDA NEGRA DE PABLO VICTORIA



La sangre española se derramó en el suelo americano durante las guerras de secesión como se llegó a derramar trescientos años antes en las piedras de las pirámides aztecas, ofrendada al dios Huitzilopochtli en Tenochtitlán. En el levante del Atlántico resonaban como latigazos  las palabras de Bolívar: ‹‹Tránsfugos y errantes, como los enemigos del Dios-Salvador, se ven arrojados de todas partes y perseguidos por todos los hombres››… porque, en realidad, era como si todos los hombres los persiguieran. ‹‹Sáquenlos de todas partes››, decían los británicos en Europa, porque en el mundo nadie podía osar tener más que ellos. Ya habían sido arrojados de los Países Bajos (1648), del Franco Condado (1679), del Milanesado (1714), del Reino de Nápoles (1713), y del Reino de Cerdeña (1720). Era algo así, porque la Leyenda Negra fue la persecución ejercida sobre las ideas de una España aferrada a un tronco que se deslizaba sobre el aluvión del desenfreno político; porque la invasión napoleónica no había sido otra cosa que la misma persecución trasladada a sus hombres; porque, expulsando a aquella o venciendo a éstos, se terminaría derrotando el peligro que para la Revolución significaba la existencia de los españoles y de sus ideas.

En la negra pizarra del firmamento Inglaterra y Holanda habían escrito con luminarias astrales la pérfida mentira de una España despiadada, esclavista y genocida de nativos. Habíansela ayudado a escribir franceses, italianos y portugueses que tejieron fantasías, mitos y leyendas en torno a señeros personajes como el Duque de Alba, Torquemada y Felipe II; negra leyenda en torno a destacados episodios como la Conquista, la Inquisición, el saco de Roma y el exclusivismo comercial con el Nuevo Mundo. Allí quedaron impresos en gigantescos y mentirosos caracteres la esclavitud de los pueblos americanos, la indolencia de siglos, el oscurantismo cultural, la intolerancia religiosa, la tiranía para que el mundo entero la viera, la leyera, la asimilara, la divulgara. Pero había llegado la Revolución Francesa y ¡por fin aquellos pueblos, poniendo la estrella sectaria de cinco puntas en la bandera y el gorro frigio en sus cabezas, se estaban librando de la déspota! ¡Por fin se habían levantado los esclavos, los indios y los blancos, cuyos lomos permanecieron tres siglos doblados bajo el peso de la supuesta opresión! ¡Ahora eran libres!, y había que poner la imprenta al servicio de su causa, al servicio de la de fray Bartolomé de las Casas, diseminar por el mundo las ansias de libertad de aquellas esclavizadas gentes, correr en su auxilio por todos los medios que fuesen posibles, enviar asesores, voluntarios, agitadores, pasquines, propaganda difamatoria, porque la lucha iba a ser titánica contra el gigante que había blandido espadas contra Napoleón y ahora se aprestaba a rehacer su imperio perdido; cabeceaba el indomable astado, que doblado en el ruedo de la Historia, embestía a la cuadrilla y esquivaba el descabelle. 

Sí, había que «auxiliar» a aquellos oprimidos pueblos, porque España, después de todo, no estaba del todo vencida y se levantaba de nuevo a reclamar lo suyo, a imponer la justicia, a enderezar lo torcido. Y fue cuando el toro en pie les volvió a meter miedo y cuando todos salieron en gavilla a hacerle frente. Esta es la génesis de la invasión napoleónica a la Península, porque, en el fondo de todo, lo que Napoleón quería era demostrar al mundo que él solo había podido dominar y someter dentro de los cauces de la ilustración y la civilización la bestia indomable que había pretendido contagiar un continente de su causa  mística y fanática, supersticiosa, católica y oscurantista.

No podían los ilustrados perdonar a la hispanidad la enorme cantidad de heroicas gestas, de caudillos más grandes que su sombra, de la epopeya conquistadora de inmensos y desconocidos territorios donde los hombres, sin saber  hacia dónde iban, no dejaron de seguir llegando; no cejaron de domeñar breñas, fundar pueblos, civilizar razas, morigerar costumbres, cristianizar almas y escribir en códices ocultos para el extranjero los secretos de la grandeza, las sílabas impronunciables de la gloria y el índice que guiaba hacia el perdido alfabeto de la buenaventura; tres siglos de gloria habían sido demasiados como para no fatigarla y exaltar los ánimos de quienes, con envidia, odio y celos, contemplaban la épica aventura. 

Envidia, porque fueron los españoles los primeros europeos en establecer colegios y universidades en América cuando todavía los angloamericanos talaban árboles y cazaban zorros en las blancas y gélidas estepas de Nueva Inglaterra, Virginia o las Carolinas, para cubrir sus carnes mordidas por el frío. Jamás podrán contar que no fueron ellos, sino los españoles,  quienes fundaron en América veintitrés centros de enseñanza superior, réplicas de la Universidad de Salamanca; que graduaron 150.000 estudiantes, entre blancos, mestizos y negros, cuando ni siquiera los portugueses fundaron universidad alguna en Brasil; cuando los holandeses, después de tres siglos de presencia en las Indias Orientales, no llegaron a fundar ninguna institución de instrucción superior en aquellas tierras.

Odio, porque fue España la primera en permitir la oposición de las ideas, estimuladas por la Corona, que acompañaron al descubrimiento y que constituyen gloria de su civilización; celos, porque la justicia cristiana siempre presidió y enalteció la política del Imperio y porque prevaleció por siglos la tesis de Juan Ginés de Sepúlveda de que el rey hispano tenía derecho de gobernar en América sobre la opuesta de fray Bartolomé de las Casas, personaje que hasta el final insistió en que la conquista fue una cruel injusticia contra los pacíficos e inocentes indios. De su prolífica y desviada pluma salió el infundio de que la codicia española había sido la causante del holocausto de veinte millones de indígenas asesinados a manos de endurecidos conquistadores, estampa de depravación que sirvió para alentar la disputa sobre el Nuevo Mundo que mantuvieron Holanda e Inglaterra contra una España que volcó sobre sus costas la cultura, admiró al mundo con sus tremendos descubrimientos y acrecentó con fabulosas riquezas su poderío económico y militar. Aquella Brevísima Relación de fray Bartolomé se publicó primero en francés en 1579 en una imprenta de Amberes; luego fue continuada con otra publicación en holandés y otras dos en francés en 1579 y 1582, seguido de lo cual vino una publicación en inglés en 1583.  Este memorial, lleno de infundios y exageraciones, fue blandido por las potencias enemigas para acreditar ante el orbe la incapacidad moral que detentaba la Monarquía Católica para retener sus derechos sobre la tierra conquistada.

Por eso, el acto de extender  la religión Católica por parte de España en el continente americano se reputó fruto del fanatismo y de la intolerancia; en cambio, el acto de descabellar indios por cuenta de Inglaterra, se disculpó como un acto comprensible de una potencia que defendía a sus súbditos de la ferocidad indígena. Lo primero era decadente y oscurantista; lo segundo, heroico y civilizado. La lucha de la mano civilizadora de España contra los indios salvajes se denominó ‹‹el exterminio español» en tanto el exterminio indígena en la América de Norte, en el caso inglés, tornó en llamarse «la salvaguarda del trabajo colonial».  De esto resulta la manifiesta indiferencia que el mundo ha mostrado por la falta de protección brindada por el conquistador inglés a los nativos de Norteamérica, en tanto se toma con abierto escepticismo, o descarado cinismo, los enormes esfuerzos de la corona de Castilla por la protección y buen trato a los indígenas del Nuevo Mundo.  Es verdad palmaria que jamás España tuvo reyes más crueles que Enrique VIII, Isabel I, o Jacobo I de Inglaterra. El terror ejercido por estos monarcas contra su pueblo, o contra los celtas de Escocia, o contra los irlandeses, a quienes masacraron en las montañas y en los pantanos de su tierra, se volvió a reflejar en su política de exterminio de los indios norteamericanos emprendida  por un pueblo que había asimilado perfectamente  el ejemplo de sus monarcas.

            La Historia no pudo haber sido más cruel con España. 


Pablo Victoria.